Juan Pablo Galoppo - "Espejo de solidaridad"

Su historia

En la capital de la Fiesta Nacional del Sorgo, el 10 de marzo de 1977, nació Juan Pablo Galoppo. Tras el primer llanto, el recién llegado a este mundo exhibió una sonrisa ancha y fácil. Con esta mueca aventuró que sería una persona querida por su familia, por los vecinos, por sus amigos y por todo aquel que se cruzara en su camino. Trotar por su vida para relatar su historia, es como recorrer una autopista de varios carriles repleta de anécdotas, episodios afortunados y adversidades afrontadas. El afecto que Juan Pablo despertó en Freyre se cristaliza en cada esquina, en el club, en cada bar, en cada evento y en la opinión que los vecinos tienen sobre su persona. Dueño de un sentido del humor único, llegó a la vida para disfrutarla y para alegrar los corazones de quienes lo rodean. Es hincha de River, motivo por el cual cada gol de Enzo Francescoli hizo brillar sus ojos de alegría e hizo escuchar su voz bien lejos.

En su niñez, desembarcó en la cancha del Baby Fútbol, como muchos pibes. Jugó de defensor; pateaba fuerte. Me corrijo; pateaba ¡muy fuerte! Sus compañeros aseveran que hacía tambalear los travesaños. Algunos exageran un poco, le anexan unos gramos de inflación a la historia y afirman que despintó los palos de dos arcos con sus bombazos y que una vez, en un entrenamiento, ejecutó un penal y lo metió al arquero adentro del arco con pelota y todo. Lo concreto es que cuando Juan Pablo pateaba un tiro libre, ninguno de los rivales quería ponerse en la barrera. En ese territorio de césped, buches y tierras forjó grandes amistades que hoy conserva.

El aprecio que Juan Pablo recibe de la gente es el resultado de un encomiable esfuerzo de siembra. A dos ex profesoras del colegio secundario, cuando les mencioné el nombre Juan Pablo, se les dibujó una sonrisa en el rostro, señal de que lo recuerdan con afecto. Con voz cómplice, ambas docentes expresan que las hizo renegar un poquito pero que eso hoy es una anécdota porque lo importante, afirman, es que era un alumno querible y es una buena persona –este último tramo de la oración lo dicen serias y convencidas–. Agregan que su ex alumno era fanático del la sección “Deportes” del diario. Dicen que toda noticia deportiva era devorada en segundos por Juan. Sus compañeros del colegio cuentan que miraba el ranking mundial de tenis, los goles de Diego Maradona, los triples de Marcelo Milanesio, y que observaba todo partido de pádel por televisión. Era una especie de acumulador serial de deportes y amigos.

En la década de 1990, Juan Pablo incursionó en el pádel. Jugaba muy bien, ganó muchos torneos y levantó varios trofeos. Una persona que en esa época frecuentaba el complejo de pádel “El Túnel”, y varias veces fue su adversario deportivo, afirma que allí Juan Pablo reinó sin ser Rey. Dueño de una volea y un revés exquisitos, superó a rivales imponentes.

Su bondad se cristalizó en las calles y en su vida deportiva. Pasaba horas y horas en las canchas de pádel. Jugaba a nivel competitivo pero también siempre estuvo predispuesto para jugar con hombres y mujeres mayores que practicaban ese deporte como un pasatiempo. Se adaptaba a todos los niveles de juego y a todas las edades. Siempre fue uno más. Su simpleza sobrevolaba cada set. Merced a esta virtud, los adversarios se transformaban rápidamente en amigos. Esto nunca lo planeó, simplemente sucedía. Tal vez su secreto era sonreír, sonreír mucho, y ser buena persona. También en el tenis dejó sus huellas en el polvo de ladrillo, jugando partidos memorables, que quienes tuvieron la fortuna de verlos, se rehúsan a olvidar.

Ante las adversidades, Juan Pablo siempre respira hondo, mira el piso y putea para adentro. Posteriormente, se queda en silencio y le busca la vuelta. En su concepción de vida, está prohibido renunciar a los sueños, está vedado claudicar por miedo, o tirar la toalla sin luchar. Lo hizo en su vida deportiva, y en su vida personal, cuando padeció la pérdida de su padre, golpe bajo que le propinó el destino. Su mamá, Ana, y su abuela Melinda, tienen un valor muy superior al de todos los diamantes del mundo cotizados juntos, para Juan Pablo. Ellas fueron sus pilares, por eso no sorprende que cada vez que Juan las menciona, se emocione. Lo vieron nacer, lo ayudaron a crecer y vencer obstáculos, lo vieron ganar y también lo acompañaron cuando la derrota lo visitó. Ellas estuvieron siempre, en silencio, junto a él. Juan Pablo lo sabe y lo valora mucho.

Otra característica de este freyrense fue y es la buena onda constante, peculiaridad que logra pulverizar todo tipo de odio. Su bondad se advierte también en el compromiso que tiene con el Básquet del Club 9 de Julio Olímpico de Freyre, y principalmente con los pibes. Allí, como dirigente de la subcomisión de Basquet, piensa y se ocupa de los niños y los jóvenes. No quiere que padezcan carencias. Quiere que sólo piensen en jugar, en divertirse. Sus gestos ponen de relieve sus valores y sus principios. Les inculca a los más pequeños, que es más importante levantarse cuando los derriban que ganar por goleada. Es posible verlo cantando y alentando en los partidos. Festejó cada doble de Ema Primo con la misma vehemencia con la que gritó el gol de Diego Maradona a los ingleses en México ‘86. Luego de descargar su alegría, se calla un instante, se sienta, mira hacia arriba como hablándole a un ser superior, aclara su garganta y exclama con convicción: “¡Vamos 9 Vamos!”.

Las noches previas a cada partido de básquet sueña en color naranja en honor a la pelota de básquet, y su mente proyecta una película de dobles, triples y felicidad albiceleste. Cuando el “9” pierde, él es uno de los que se encarga de levantarles el ánimo a los jugadores y a los padres. Les recuerda que el fin de semana siguiente tendrán revancha deportiva. Les transmite, con su estilo, que el aprendizaje está en la derrota, porque es el proceso que hace reflexionar.

En el club 9 de Julio lo definen como un tipo servicial, arrojado, noble; un dirigente que nunca se va al mazo cuando algo no sale acorde a lo planeado. Sin dudas, este camino de convicción, presencia y solidaridad es por el que deben avanzar los pueblos.

Juan arenga a los jugadores antes de cada partido; les promete asados si ganan y cumple su palabra cuando el resultado acompaña. Les dice a los jugadores que no permitan que nada les entorpezca la esperanza y que transpiren la camiseta del “9”, que es lo que los llenará de plenitud, sea cual fuere el resultado. Cuando termina de hablarles, se va lentamente y sus pasos dejan sonando música de suelas y deseos de gloria. A este querido dirigente deportivo del “9”, le fascina ver cómo los pibes practican deportes contentos. Tiene un invencible aprecio por la igualdad de oportunidades y derechos de los niños. Y, por esta razón, mirarlos de cerca, en el teatro de operaciones deportivas, y luchar codo a codo–dirigentes, técnicos, deportistas y, padres– por un objetivo común, lo gratifica.

Juan Pablo detesta la idea de que el deporte sea un negocio para pocos. Lucha diariamente para que sea un derecho colectivo; prefiere pensar en multitudes disfrutando la práctica deportiva. Le gusta ver a la hinchada alentando, a las banderas con los colores del “9” ondeando en la tribuna, y oír a la gente coreando el nombre del club y de los jugadores. Le encantan los equipos reos, esos que les presentan batalla deportiva a los rivales más encumbrados, sin respetar trayectorias ni nombres de estrellas.

Después de cada partido, es dable verlo en algún bar tomando un vermú con ingredientes y analizando el desempeño del equipo. No necesita lujos, por lo general elige mesas y sillas de madera sin aspiraciones. Tiene claro que lo importante no es lo material sino la posibilidad de disfrutar tiempo con sus seres queridos. Su familia es su mejor equipo. Con Marina (su mujer) y sus hijos (Jeremías y Juan Pedro) sale a la cancha todos los días. Los cuatro miembros de la familia ponderan la importancia del deporte en la vida de una persona.

“En el deporte, se aprende a ser buen compañero, se aprende a compartir y se aprende a respetar a los demás”, repite Juan Pablo en las reuniones. Quiere que cada día más niños y más jóvenes se acerquen al deporte. Sabe que allí están contenidos y que la felicidad que descubrirán en ese ámbito, no la hallarán en otro sitio. Trabaja y lucha por otros freyresenses, por sus sueños, por su integración comunitaria. Los pibes y sus padres valoran sus gestos y agradecen con énfasis su labor desinteresada. Reconocen la actitud de Juan Pablo ante cualquier inconveniente que se suscita. Los padres de los jugadores de básquet aseveran que este dirigente deportivo local, siempre escoge ser parte de la solución de los problemas. Esta particularidad es digna de ser resaltada en un mundo donde la tendencia es sobre-hablar los problemas y sub-ejecutar las soluciones. A Juan Pablo los sermones interminables sobre lo que habría que hacer, le generan pavura. Prefiere los hechos concretos que mejoran la vida de los deportistas locales. Resumiendo, para él, el placer del triunfo de un guerrero que pelea por la felicidad de otros, sólo la produce la certeza de ser un medio para que otros disfruten los derechos conseguidos. Esta es una constante en la vida de Juan Pablo. Por tanto, en los territorios por donde él transitó, ya no hay excusa para deambular enojado o disconforme.

Ojalá estas humildes líneas sirvan para multiplicar la cantidad de vecinos que cada mañana, cuando se miren al espejo, éste les devuelva el rostro de la solidaridad, como le sucede al protagonista de esta historia.

Gracias JUAN PABLO GALOPPO, por ocuparte del presente y el futuro de muchos niños y jóvenes de Freyre, empleando una pelota naranja como herramienta de contención e inclusión. Felicitaciones, tu nombre tiene un merecido lugar en el Museo Virtual del Deporte.

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