Luis "Cambuchi" Vecchiotti - "El rey del ajedrez que deportivizó la integración"

Su historia

Luis Domingo Vecchiotti, popularmente conocido como “Cambuchi” o “Cambu” para los más cercanos, nació en Freyre en 1950, años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial y en el inicio de la Guerra Fría –cuando los EE.UU. y la U.R.S.S. se disputaban el tablero mundial–. En este contexto, nacía, en el interior de un pueblo de la Provincia de Córdoba, el hijo de Luis Adolfo Vecchiotti y Erminia Lucía Carignano. El pequeño Luis siempre fue un niño inquieto, despierto y muy amable. No le gustaba el colegio ni los formalismos aburridos, por tanto, su vida es una aventura mayúscula.

Todos los días jugaba con sus amigos hasta que el sol caía. Disfrutaban cada minuto como si fuera el último. Y al día siguiente, la rutina recomenzaba, aunque para un niño lo mismo nunca es igual. Lleva los colores celeste y blanco en su corazón; es hincha fanático de Racing de Avellaneda.

Su madre lo obligó a terminar el secundario. Nunca le dio ni un metro de ventaja para que “Cambu” pudiera gambetear el estudio. En su adolescencia y juventud fue un gran deportista (gran jugador de fútbol y de bochas) y un apasionado de un deporte muy interesante que es su distinguido valor agregado: "el Ajedrez", también considerado una especie de arte para personas con mentes inquietas, seres con deseos de pensar y elaborar estrategias permanentemente. Esta bella disciplina agiliza la mente, potencia la memoria, fomenta el intercambio social y consolida el compañerismo.

Para los padres de “Cambuchi” la prioridad era el estudio. Su hijo cumplió con el mandato familiar: culminó el colegio secundario y luego estudió un tiempo en Córdoba y en Santa Fe, pero tuvo que regresar por razones personales y familiares.

Trabajó en el entonces banco Carlos Pellegrini, en la Municipalidad y en la Cooperativa eléctrica, de nuestra localidad.

Los que lo conocen afirman que su mente es una computadora. “Es una base de datos humana que desafía al más sofisticado Software de la NASA”, comentan asombrados sus amigos. Fechas, lugares, nombres, estadísticas, cálculos, historia, política y Ajedrez (en cantidades industriales) son sólo algunos productos que almacena su infinita memoria.

“Cambuchi”, en un momento decidió priorizar su familia y tomó la decisión de abandonar el trabajo para cuidar a su madre y dedicarse a enseñar Ajedrez. Fue titular de la Escuela Municipal de Ajedrez “Roberto Grau”, hasta el año 2015. Con tres peones, un alfil, dos torres y un caballo, emprendió una lucha contra toda segregación social. Su objetivo fue claro: fomentar la integración social mediante la estimulación del cerebro, siempre en un marco de pluralismo y respeto por lo diverso. Fue el autor intelectual y material de la “deportivización de la integración y la armonía”.

Tres personas que lo conocen y lo quieren mucho, Horacio Jobet, Juan Bertorello (pioneros del ajedrez zonal), y Silvana Arnaudo (actual titular de la Escuela Municipal de Ajedrez), cuentan que en sus inicios, en un Torneo por equipos, representando a San Francisco contra Villa María, “Cambuchi” era suplente de cuatro jugadores titulares. Uno de ellos definía el torneo contra un jugador de Villa María. La partida fue eterna. A altas horas de la noche (ya era madrugada) se suspendió y se decidió continuar al día siguiente. Esa noche “Cambuchi” le sugirió una jugada inicial a representante de su equipo, en base a lo que había leído y estudiado en un antiguo libro de páginas amarrillas –que conserva el aroma a sabiduría–. Al día siguiente, esa jugada fue la que definió la partida a favor del equipo de San Francisco que se coronó campeón.

En otra ocasión, recuerdan, estaban en un asado de treinta personas (todos ajedrecistas), y luego de cenar y de compartir algún trago, alguien propuso hacer un Gran Prix de Ajedrez. La idea prendió rápidamente entre los presentes y el torneo duró hasta las 6 de la mañana. ¿El ganador? Obviamente, “Cambuchi”.

En otra ocasión, en un provincial de Ajedrez, Freyre junto a otras localidades de la zona presentaron más de cincuenta chicos, obteniendo excelentes resultados y siendo el contingente más numeroso. Al regreso, “Cambu” propuso crear el Círculo Amistad Infantil de Ajedrez (CAIA), entidad social que perdura hasta nuestros días.

A esta altura, quizás sea redundar expresar que “Cambuchi” siempre es materia dispuesta para auxiliar a un amigo. Su pausa, su discreción, su pensamiento crítico y desobediente de las máximas conservadoras, y su amor por la libertad, lo convierten en su ser interesante, digno de respeto y confianza. Tiene muchas similitudes con el gran escritor, músico y conductor de radio y televisión, Alejandro Dolina: mente inquieta, precisión conceptual, creatividad para hacer simple lo complejo y capacidad solemne para no dejarse seducir por la vanidad presente en cada rincón del mundo contemporáneo. Varios amigos del Bar Belgrano lo definen como una gran persona y un excelente amigo, y destacan un plus extraordinario: “Cambu” no escucha como un ser humano promedio, él oye. Y no mira la vida, él la observa y la siente. Esta diferencia se percibe cuando uno dialoga con él. Siempre tiene la palabra justa y el oído dispuesto.

El éxito, los flashes y los aduladores crónicos nunca lograron robarle un gramo de interés. La “exitoína” que a muchos desvela, no tuvo lugar en su vida. Su estilo simple, llano, y directo, lo hizo cosechar cantidades oceánicas de afecto. En un mundo frecuentado por personas que prefieren la seguridad, “Cambu” siempre escogió la libertad. Quizás este sea el atractivo que lo enamoró del Ajedrez, es decir, la posibilidad de romper lo establecido y lo estandarizado, mediante el uso del intelecto. En este mundo deportivo, la creatividad y el diseño de estrategias no tienen límites. Esta ausencia de reglas estrictas, atrapa los sentidos de quienes se animan a caminar el vertiginoso y reconfortante sendero de la libertad.

“Cambu”, al igual que cualquier ser humano, también padeció fuertes pérdidas. Cuando el corazón de su mamá se detuvo, no hubo un sitio en el interior de “Cambu”, en el que no parpadeara el dolor. Como un actor de teatro que conoce su propio futuro, supo instantáneamente que nada volvería a ser igual. Ni la casa, ni la vereda, ni la comida, ni la dicha. Pero el tiempo –la más potente medicina del mundo– le hizo comprender que la mejor manera de honrarla y mantenerla vigente es siendo feliz, aplicando diariamente todos los valores que ella le inculcó. Y así lo hizo, lo hace y lo seguirá haciendo.

Con un método descontracturado y su peculiar carisma, “Cambuchi” logró que muchos pibes jueguen en un mundo de armonía global que ayuda a sanar cualquier dolencia o ausencia. Esto es un capital magnífico en cualquier latitud, que invita a ser replicado en distintas actividades y en diversos territorios, para la construcción de lazos serios y sólidos entre los seres humanos.

“Cambu” y el Ajedrez supieron crear una relación simétrica, adulta y emotiva. Ni los calores asfixiantes y húmedos de los veranos, ni los fríos que dificultan mover las manos, lograron que “Cambuchi” y el Ajedrez fallaran a una cita. Siempre conservaron el respeto recíproco.

Para cerrar esta cálida historia de vida, es pertinente evocar una célebre definición de “Cambu” sobre el Ajedrez: “es como el amor de tu vida, te lleva como quiere, te da alegrías y tristezas, y si la dejás, siempre querés regresar a ella.”

¡Aplauso de pie, ovación y muchas gracias “CAMBU” por ayudar a construir futuro en nuestra localidad!

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