Carlos Delgado - Una historia de vértigo, multitudes y banderas a cuadros

Su historia

Carlos Delgado, conocido popularmente como “Carlitos”, no es una persona de contextura grande ni un tipo verborrágico. Tampoco necesitó esas características para convertirse en ídolo de los freyrenses. Siempre prefirió trabajar concentrado y en silencio. Un perfeccionista nato. “Las carreras son tan cortas que no se puede cometer ningún error”, repetía pausadamente y sin perder la calma. Fue un verdadero orgullo para los freyrenses.

Se graduó de ídolo en las pistas. Respiró tierra y escuchó bramidos hasta en sus sueños. Convivió con la adrenalina que genera cada carrera. Fue nueve veces campeón argentino. La moto fue su instrumento para generar logros y muchos amigos. Corrió desde Jujuy hasta el último rincón austral de la Argentina. Es una especie de cofre de pintorescas e inolvidables anécdotas deportivas. Regó los circuitos que transitó con entusiasmo, alegría, carcajadas, lágrimas y frustraciones. Es reconocido en las pistas que visita como si el tiempo se hubiera detenido. Algunos nostálgicos, pagan su entrada y aún anhelan verlo pasar en su moto. Carlitos despertó ansiedad, expectativas y sed de gloria en la gente. Cada acelerada, cada curva y cada bandera a cuadro era una película que todos quisieran volver a ver. La gente esperaba atenta su carrera, porque la mera presencia de Carlitos justificaba el valor de la entrada. “Hoy corre Carlitos”, gritaban niños y padres al unísono.

Este gran piloto freyrense, como la mayoría de los niños argentinos, de pibe, jugaba al fútbol. Y lo hacía bastante bien. Pero su pasión estaba en el motociclismo. Su destino, pronto quedaría marcado por las competencias, el ruido, los escapes, los trofeos y el podio. Jugó al fútbol en Unión de Santa Fe. Desde los doce hasta los quince años trabajó de mozo en un bar de su tío. Quizás allí, lejos del calor de su familia, tomó el coraje necesario para abandonar la redonda y rumbear sin escala hacia el mundo del motociclismo. Tal vez allí, también incorporó para siempre la sencillez a su modo de ser. Esta característica de su personalidad fue la llave que lo ayudaría a abrir muchas puertas en el mundo del deporte.

Justo en esa época empezaron las carreras de motos. Carlitos tenía dos: una Gucci 175cc y una Capriolo 75cc. Un día, después de dar vueltas por las calles de Freyre, decidió ir a probar al circuito, sin imaginar los momentos gloriosos que el destino le tenía reservado. Carlos no titubeó para tomar la decisión clave para su porvenir: vendió su moto y se armó una moto de carrera. Ese fue el principio de la gloria que abrazaría tiempo después. Fue un apasionado. Un verdadero fierrero, como se dice en la jerga del motociclismo. El taller fue –y es– su lugar en el mundo. Nunca le interesó saber cuántos trofeos ganó. Prefería invertir ese tiempo en revisar cada detalle de su moto. Esa conducta profesional devino en triunfos. A veces pasaba desapercibido hasta que se encendían los motores y empezaban las pruebas.

Cuando los escapes bramaban en serio y el clima se teñía de olor a aceite quemado, todas las miradas se centraban en él. Empezó en el motociclismo en un zonal realizado en Freyre, a los 16 años. Los buenos resultados en los zonales como los de Humbolt, en los que se corría 100c.c. y 125c.c, fueron el trampolín para llegar al Certamen Argentino de Motociclismo. Carlitos despertaba admiración y cariño. La gente se agrupaba para verlo de cerca. Todos querían conocer al pequeño piloto que sólo hablaba – y daba que hablar – con su performance en las pistas. Trabajó mucho. Tuvo un taller y un comercio de venta de motos. Trabajaba medio tiempo en el taller y el otro medio tiempo lo dedicaba a la competición. Todo era a pulmón en esa época. Él y su equipo de amigos, fabricaban los chasis, hacían las suspensiones, trabajaban en los amortiguadores traseros y pensaban la estrategia para ganar la próxima carrera. Resiliencia es una virtud que acompañó toda la vida deportiva de Carlos. Las adversidades, lejos de amedrentarlo, lo potenciaban. Cuando en 1.989, en San Carlos, se quebró el fémur y los médicos le comunicaron que por seis meses tendría el yeso, y que el plazo de recuperación demandaría un año, Carlos no se achicó. Fiel a su estilo, a los cuarenta y cinco días y desafiando todo pronóstico clínico, debutó en la categoría Fiat 600 zonal. Esto le valió un gran reto de su médico pero como se dice por allí “para ser feliz hay que darse permisos”. Carlos sabía de eso. En los momentos difíciles, torrentes de sangre de un guerrero vietnamita invadían el corazón del campeón y lo hacían sobreponerse a todo infortunio. Carlitos es, sin proponérselo, una perfecta personificación de la inmejorable frase de Facundo Cabral: “nos envejece más la cobardía que el tiempo; los años sólo arrugan la piel pero el miedo arruga el alma”.

En la última carrera, Carlos y su moto se despidieron y en el adiós – como expresara Mario Benedetti – ya estaba la bienvenida. Porque el motociclista campeón, se convirtió en un abrir y cerrar de ojos, en entrenador de pilotos. El mundo de motociclismo eternamente agradecido…

Existen dos grupos de personas: las que persiguen la felicidad y las que la crean. Carlitos, claramente, pertenece al segundo grupo.

¡Gracias Carlos Delgado por representar tan bien al deporte de Freyre!

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